Un grupo de investigadores del Instituto de
Astrofísica Harvard Smithsonian acaba de descubrir los restos de dos
enormes "chorros" de radiación gamma que parecen surgir del
centro de nuestra galaxia y que se adentran en el espacio, desde los polos
norte y sur del núcleo, hasta una distancia de 27.000 años luz.
Se trata de los
restos, opinan, de un pasado reciente de intensa y violentísima actividad del
gran agujero negro que en la actualidad parece "dormir" en
el corazón mismo de la Vía Láctea.
Las galaxias activas suelen tener corazones muy
brillantes y violentos. La razón hay que buscarla en los enormes agujeros
negros que hay en sus centros, monstruos gravitatorios que son millones de
veces más masivos que el Sol y que devoran todo lo que se pone a su
alcance, desde estrellas errantes a sistemas solares enteros.
A menudo, del núcleo central de estas galaxias
surgen potentes chorros de energía, fruto de la intensa violencia que tiene
lugar en el interior. Aparecen, en las imágenes de los telescopios, como dos
haces brillantes y simétricos que se disparan hacia el espacio desde
los dos polos de los núcleos galácticos. A menudo, la longitud de esos
"chorros" se mide en cientos, incluso en miles de años luz.
En contraste, el corazón de la Vía Láctea,
nuestra propia galaxia, permanece extrañamente tranquilo, como si el gran
agujero negro central estuviese dormido. La razón de esta sospechosa calma no
se conoce, pero un grupo de investigadores del Instituto de Astrofísica Harvard
Smithsonian ha descubierto que las cosas no siempre fueron así. De hecho, todo
parece indicar que en un pasado reciente (hace apenas un millón de años) también
nuestra galaxia pasó por una etapa de actividad febril.
Un reflejo fantasmal
Los científicos han llegado a esta conclusión tras descubrir, con el
telescopio espacial Fermi, los débiles y casi inapreciables restos de dos
chorros de rayos gamma que emanan del centro de la Vía Láctea y se proyectan en
direcciones opuestas, casi en perpendicular al plano galáctico.
"Estos haces tan débiles -afirma Meng Su, investigador del
Harvard Smithsonian y principal firmante de un artículo que acaba de aparecer
en Astrophysical Journal- son como un reflejo fantasmal de lo que existió hace
un millón de años. Y afianzan la hipótesis de que la Vía Láctea tuvo un núcleo
activo en un pasado relativamente reciente".
Los dos chorros se extienden, desde el centro de la Vía Láctea, hasta
una distancia de 27.000 años luz, por encima y por debajo del plano de nuestra
galaxia. Meng Su y sus colegas creen, además, que los "chorros"
pueden estar relacionados con las misteriosos "burbujas" de rayos
gamma que el Fermi detectó en noviembre de 2010.
Aquellas "burbujas" dejaron a los
astrónomos con la boca abierta. Y resulta que su tamaño, 27.000 años luz desde
el centro de la galaxia, coincide a la perfección con el de los restos de
"chorros" recién descubiertos. Existe, sin embargo, una diferencia:
mientras que las "burbujas" son perpendiculares al plano galáctico,
los "chorros" de radiación gamma se inclinan sobe él formando un
ángulo de 15 grados, lo cual podría ser consecuencia de la inclinación del disco de
acreción que rodea al enorme agujero negro central.
10.000 soles en un agujero
"El disco de acreción central -explica Douglas Finkbeiner,
coautor del estudio- puede arquearse a medida que cae en espiral hacia el
agujero negro, debido a la propia rotación del mismo. El campo magnético del
disco, entonces, acelera el material del chorro a lo largo del eje de rotación
del agujero negro, que puede no estar alineado con el plano de la Vía
Láctea".
A pesar de estar relacionadas, las dos estructuras (los
"chorros" y las "burbujas") se formaron de manera
diferente. Los chorros se produjeron cuando el plasma se extendió desde el
centro galáctico, a raíz de un campo magnético en forma de sacacorchos que
marcó con fuerza la orientación. Las burbujas de rayos gamma, por su parte,
fueron creaas probablemente por el "viento" de materia caliente que
sopla hacia el exterior desde el disco de acreción del agujero negro. Por eso,
las burbujas son mucho más amplias que los chorros, que en comparación resultan
estrechos.
El descubrimiento deja abierta la cuestión de cuándo se produjo el
último periodo de actividad intensa en el centro de la Vía Láctea. La edad
mínima puede calcularse dividiendo los 27.000 años luz que mide cada chorro por
su velocidad aproximada. Sin embargo los chorros podrían haber existido desde
hace mucho más tiempo. "Probablemente -asegura Finkbeiner- los chorros
brillaron de forma intermitente a medida que el agujero negro tragaba o escupía
materiales".
Según el investigador, para "activar"
el chorro se necesita una cantidad de materia equivalente a 10.000
masas solares. "Echemos 10.000 soles dentro del agujero negro y el
truco está hecho -bromea el científico-. Los agujeros negros son comensales muy
poco aseados, de modo que algo del material engullido puede ser vomitado por
ellos y originar los chorros".
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